"El lugar donde más florece el optimismo es en los asilos de lunáticos". Havelock Ellis
"Pues yo preferíria ser un optimista loco que un pesimista cuerdo". Albert Einstein

jueves, 28 de mayo de 2009

Respecto a la Osadía de lo inconcebible como posibilidad
















Romanticflower


El valor del Tiempo consiste en conocer la incertidumbre del porvenir.
Es entonces cuando percibimos que la tierra siempre estuvo mojada,
no bajo, ni siquiera entre, tras nuestros pies.





lunes, 18 de mayo de 2009

Everybody's changing. Por una mirada



Vi a Rose Mary sentada en un trozo de bloque de cemento, en pijama y con el móvil en la mano.

Me dijo que al ir a tirar la basura el viento había cerrado la puerta de su casa y había olvidado las llaves dentro. Curioso -pensé- salir sin llaves y con móvil.
Le pregunté a qué hora vendrían a despedirse de nosotros, Mario y ella. A las nueve, me contestó.
Mientras me disponía a seguir mi trayecto, la amplia avenida que serpentea lánguida al mediodía, con el sol dándome de lleno en la cara, decidí hacer tiempo para no estar en mi casa a las 21 horas.
No. No me gustan las despedidas. Crecer es aprender a despedirse, como diría aquél sombrón.
Y yo, aprendo, aprendo a saber aquello que me beneficia de aquello otro que, aunque sea lo correcto, no lo hago si la bola en la garganta se convierte en intragable.

Horas más tarde, estaba con dos amigas tomando un zumo en un bar y hablando por los codos, de tal forma que no lo vi entrar.
El camarero se nos acercó. Nos dijo que teníamos la ronda pagada.
Carmen miró hacía la barra y saludó a su vecino, dando por hecho que había sido él quién nos había invitado.
Miré y vi a un tipo que me recordó a Jota. Nos daba la espalda y de vez en cuando giraba su cabeza de derecha a izquierda, conversando con otros dos.
Si es Jota, es un Jota que se ha tragado a otro Jota. Vamos, que es un Jota dos por dos, pensé.
Y en el caso que fuera -como lo conozco- ya estaría en nuestra mesa, haciéndose con la conversación y siendo el centro de atención, como siempre. Algunos no cambian.

Mis peores presagios no tardaron en cumplirse. Un momento más tarde, ya tenía a Jota arrasando como un torbellino de fuerza, invadiendo mi espacio como una plaga de energía letal de la que es imposible sentirse inmune.

Jota se sienta a mi derecha -sin que lo hayamos invitado- y empieza a hablar y a hablar; entre otras muchas cosas me cuenta que ha engordado debido a un problema de tiroides.
Si, pienso para mis adentros, debe ser eso, ya que no es una gordura normal, es más bien como si estuviera hinchado, pero también pienso que puede ser debido a las siete cañas que se está metiendo entre pecho y espalda en menos de media hora.

Jota y yo nos parecemos, ambos somos impetuosos, naturales, conversadores, espontáneos, pillos y muy jóvenes. Da igual que hayan pasado tantos años desde que fuimos ¿novios? Nunca fuimos novios. Seguimos igual que siempre. ¡Dios! ¡Que cruz! Nada ha cambiado. Nada. Cada vez que nos vemos, pasen tres años, o siete, siempre es como si nos hubiéramos visto la tarde anterior, cuando me esperaba en las escaleras del jardín de mi casa, y antes de que me diera cuenta, ya tenía la lengua metida hasta el gaznate y las manos -siempre he pensado que las suyas se multiplicaban por 10- desabrochándome el sujetador.

Jota conseguía crear un universo paralelo, propio y único, una abstracción de sobeteos sometidos a la magia de nuestra química, de nuestras miradas...
para todo aquello que termina y nunca acaba, diría tf.

Tengo Rayuela hace tiempo. Confieso que no lo he leído. Imagino a una maga bajando por la Avenida que serpentea, y que corre, corre mucho. Como siempre llega tarde al autobús. Lleva un abrigo azul-azafata desabrochado a modo de capa, como un personaje de ciencia ficción. Encima de un andamio, Jota, ríe a carcajadas. Son las 7.57 y la loca de B, va como una bala mientras lo saluda con la mano:
¡Corre, corre, más rápido! ¡Hoy lo pierdes, seguro que hoy lo pierdes!.

No. Nunca lo perdí. Y sí, cada mañana Jota y yo nos reíamos un rato, a consecuencia de mi nulo sentido del ridículo. Siempre he pensado que Jota se enamoró una de esas mañanas de la chica que bajaba la Avenida como un rayo, rauda y veloz, tirando folios y bolis bic por el camino, mientras él, comenzaba la jornada laboral con buen humor, observando a aquella loquilla impuntual y con melena al viento.


Vuelve a hacerlo. Lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a mirarme como sólo él sabe hacerlo. Es una mirada de soslayo, medio de reojo. Empieza mirándome a los ojos, baja un poco hasta la cintura y retorna al punto de origen, fijando con sus ojos en los mios, toda la fuerza del universo, y como de costumbre ante la acción, mi reacción. Noto que mis ojos se convierten en esferas que desprenden lucecitas de colores, faros que iluminan la estancia, noto que mi sonrisa se expande como el Canal de Suez. Se me pone cara de gilipollas y voz de ñoña. Y sobre todo, siento alegría, felicidad, con una sola de sus miradas.

-Todavía te brillan los ojos. Me suelta de sopetón delante de todos, y con su peculiar tono susurrante.
Este tío siempre cree que estamos solos. Olvida su condición de casado, le importa un carajo el resto del mundo. Se centra en nuestras miradas y sonrisas y el mundo se para. El mundo se para y sólo existe la chica del abrigo azul-azafata y el granuja guapetón subido encima del andamio sonriéndole y deseando que acabe la jornada para esperarla en su jardín.


Son las siete de la mañana. Alguien toca al timbre en repetidas ocasiones. En mi casa solo estamos mi padre y yo. Abre la puerta y es Mario. Ya se despidió a las 21 horas. Yo no estaba. Está borracho, ha estado toda la noche bebiendo, cinco años en España y muchas vivencias, no le han permitido dormir. La añoranza acude antes de tiempo a su mente.

Va a perder el autobús. Vuelve con Rose Mary a Bolivia, en unos minutos.
Oigo como abraza a mi padre una y mil veces y le dice que lo ama, que es su papá español.
-¡Yo a usted lo amo! ¡Lo amo!
Está emocionado, no para de repetir que ama a mi padre y, que volverá a cuidarlo algún día.
Mario habla quechua, es indio de la selva, y supongo que su código de honor y lealtad es diferente o superior al nuestro. Sé que Mario volverá.
No salgo de la habitación. Demasiadas emociones en tan poco tiempo.
¿No creen?


"...Mi aire se acaba como agua en el desierto,
mi vida se acorta pues no te llevo dentro.
Mi esperanza de vivir eres tú, y no estoy allí..."

Mario Benedetti
In Memoriam